Sunday, March 14, 2010

Reporte desde el 25 FICG: Día uno

Llegamos bien a Guadalajara, me quedo dormido en el camino con un chicle en la boca y cuando me despierto lo tiro accidentalmente a la viejecilla que se sienta junto a mí.

Empiezo mi día con ¡Vámonos con Pancho Villa! de Fernando de Fuentes, la que es considerada la mejor película mexicana de todos los tiempos y la más importante dentro de la trilogía de la Revolución que de Fuentes hiciera durante la década de los 30s. Narra la historia de un grupo de hombres, los Leones de San Pablo, y su paso por la lucha revolucionaria del lado de Pancho Villa, aunque victoriosos al principio, poco a poco irán muriendo en batalla (bueno, no todos en batalla, pero pos pa’ que se las arruino) hasta llegar a un desenlace desgarrador. Aunque debo de confesar que entré con cierto escepticismo (¿a poco tan buena película?) salí exageradamente complacido. El dramón revolucionario hace reír, llorar, gritar de la emoción y crea una enorme empatía hacia los personajes, refleja la crueldad y brutalidad de la Revolución, al mismo tiempo que cambia radicalmente la imagen del macho mexicano revolucionario; un hombre valiente e inocente, con esperanzas e ideales muy claros, hiperactivo y dispuesto a dar su vida por la causa, pero que termina, tarde o temprano, cuestionándose si la causa lo vale, si está ahí por las verdaderas razones, la crueldad del movimiento y el poco valor de una vida humana durante una guerra.  Salí fascinado, no era para menos.

Rumbo a la otra sede me doy cuenta que alcanzamos a ver otra película así que nos apuramos. Primero compro los boletos para todas las funciones, me dicen que no podré ver After, ni Samson and Delilah por ser clasificación C. ¡Estúpidoooos! Entramos a ver la película en cuestión, Héctor y Bruno de Ana Rosa Diego, que no es más sino que la versión españolada de El Estudiante (y eso que ni la he visto, pero me imagino; ustedes no rezonguen), el clásico choque generacional, la historia del mal padre que busca redimirse con su hijo, que se ha convertido en un mal padre también, la historia de amor entre dos viejecillos (la viejecilla muy buena, el viejecillo no tanto), el choque entre campo-ciudad, los “fantaaaaaaaaasmas del pasado” (en sentido metafórico chafón). Cursi, simple y moralista  al menos se agradece que carezca de mayores pretensiones.
Inmediatamente después sigue Deux de la Vague de Emmanuel Laurent, documental sobre los inicios de la Nouvelle Vague y la amistad entre sus piezas clave (y más diferentes entre sí), François Truffaut y Jean-Luc Godard. Como fanboy de Truffaut salí encantado, éste es un documental que se sustenta en increíbles imágenes de archivo, números viejos de Cahiers du Cinema, cartas entre Truffaut y Godard y extractos de las películas de ambos. Un estudio maravilloso de uno de los movimientos cinematográficos más importantes en la historia, una amistad que cambiaría el rumbo del cine, los genios revoltosos con ganas de desafiar al sistema y lo incompatibles que llegaron a ser en sus últimos años. Las anécdotas son fascinantes, la imagen de archivo es usada a la perfección, la edición es maestra. Me gustó harto. ¡Antoine Doinel, Antoine Doinel, Antoine Doinel, Antoine Doinel, Antoine Doinel!

La penúltima película del día es Politist, Adjectiv de Corneliu Porumboiu; me es difícil decir si me gustó o no, pero definitivamente ésta es una de esas películas que no terminan cuando los créditos pasan en pantalla sino que en la cabeza del espectador, que trata de resolver un dilema moral. Un policía investiga el caso de un adolescente que se droga con sus amigos; el policía entra en un dilema moral un tanto idiota ¿será capaz de encerrar al niño, cuando sabe que esa es una ley idiota, y arruinarle la vida?  Ley vs. Conciencia. ¿Qué es más importante? La cosa se complica aún más cuando se trata de un policía, un hombre del que se espera que siga la ley, pero hombre al fin y al cabo, por lo tanto es inevitable que siga lo que le dicta su conciencia. La burocracia como lo que es, procesos inútiles, gente incapaz y que entorpece el buen funcionamiento del sistema. Además de ser un estudio chistoso del lenguaje, visto como una tontería que nadie comprende realmente. Monótono a veces, de secuencias larguísimas pero que se fía de un guión muy inteligente, chistoso a ratos. La secuencia final es probablemente de lo mejor que he visto este año; tensa, dura, graciosa en un sentido extraño y retorcido. Rara, sí, pero brillante. Mi papá decide salirse antes de terminar la función, “esto está remenso, tengo hambre; voy a comer” y se fue a comer. Jijiji tiene bien poquita paciencia el ‘ñor.

El día termina con la más crowd-pleaser del día (y tal vez del festival entero), Micmacs a tire-larigot de Jean Pierre Jeunet. La comedia absurda y el mundo ultraestilizado de Jeunet se lo han convertido ya en toda una marca; en este caso decide irse por la segura y no cambiar el estilo que le ha traído tanto reconocimiento, al grado de convertirse una especie de Tim Burton (más fino, mamón e inteligente; francés pues).  Ridícula en ocasiones, absurda a más no poder cuenta la historia de Bazil y un grupo moderno de freaks que vive en una choza hecha de basura, un día Bazil decide vengarse de los culpables de hacer la granada de fragmentación que mató a su padre y la bala que tiene atorada en la cabeza. El absurdismo de Jeunet es divertidísimo, los chistes de pastelazo se vuelven efectivos, un humor simple y universal. La película sirve también como un homenaje al cine de Buster Keaton y Charles Chaplin, hay secuencias que recuerdan a Modern Times ya que Micmacs también trata la industrialización y deshumanización de las grandes ciudades. Personajes entrañables, guión simpático y una buena dirección. Absurda y convencional, gran comedia.

Nuestro taxista de regreso al hotel es el equivalente al Loco Valdés jalisquillo, manejaba horrible y platicaba con mi papá sobre birria y tequila o algo así. Yo sólo me preocupé por mi vida, me aferré al asiento y le pedí de favorsito al Monstruo Volador de Spaghetti que me permitiera vivir al menos hasta terminar el festival. Al llegar al hotel vemos un grupote de púberes (y con púberes me refiero a adolescentuchos mayores que yo)  en el lobby. El tipo que atendía nos dice que ya no le quedan cuartos con dos camas, mi papá se enoja y se pelea con el tipo. Buena pelea, comparable con la de Pacquiao, mi papá siendo Pacquiao y el tipo siendo el africano perdedor; la pelea llega a su esplendor cuando el tipin no le hace caso a mi papá y él enfurecido saca su celular y le toma fotos. (Aplausos al maestro.)

Lo malo fue que al final no ganamos la guerra y nos dieron un cuarto con una sola cama. Argh. Pero que nos la cambian al rato (la habitación, no la cama).

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Tsss ¿a poco no me parezco a Godard, güe? Su vida está completa, pueden decir que leen a alguien que se parece a Godard.

Tá bueno, áiseven.

1 comment:

Saline said...

Dios mío, eres adorable. Llámame cuando puedas ver películas clasificación C ;D

Como dato no interesantísimo, la última vez que fui al cine fue en diciembre (A ver Alvin y las ardillas, puaj). Fui obligado, yo quería cumplir mi primer año sin pisar un cine :D